MI
PASO POR LA ACADEMIA
Animado
en la búsqueda de fotografías desperdigadas en cajoneras diversas donde
podría quedar rescoldos de mi vida
pasada, con la intención de encontrar acreditaciones que dieran testimonio de mi presencia en la Escuela Blasco
Vilatela, lugar privilegiado, donde se decía que de allí se acabaría en
Gobernador Civil ,encontré una posando en el carné con camisa azul , corbata negra, chaqueta gris
engalanado con un “pato” que evocaba a la universidad complutense, que era el
icono de aquella Escuela, cuando contaba dieciséis años y estudiaba Magisterio,
y otra ,de marcha-paseo, por la carretera de Barajas, junto a Aniceto, amigo de Quintanar, y otra más con Julián Diez Mateos, alias el
Varagancho, por ser mozo espigado, parecido
a la garrocha, herramienta que se construye con
mango de madera cilíndrica y
gancho de hierro en el extremo final del fuste, bien atado y sujeto, que sirve de abrazadera a las ramas de los
pinos y que se utiliza para alzarse mediante trepa de brazo y presa de pie para conseguir la carga de leña suficiente que convenga a
las trazas y aparejos del burro o a la yunta de bueyes, destacando
entre aquellas, una, donde me retraté con un
compañero, Julio Abad, de Soria, en un momento crucial de nuestra vida
juvenil, antes de incorporarnos a una actividad
de supervivencia, y en calidad de
dirigentes en el bosque de Muniellos,
Asturias, y otras más que no vienen a cuento .
Me
acompañaban , procedentes del pueblo de Quintanar de la Sierra, al examen de
ingreso en la citada Escuela,
Marcos Navazo, hijo de un guardia civil, allí apostado, Aniceto Ibañez
Benito, alias Svintus, que gustaba en los atardeceres salir por las
callejuelas del pueblo y asustar a otros
menores, mediando gabardina larga y
amarillenta y tocado con un sombrero de ala ancha. Muchos sustos y sobresaltos
padecieron los niños en Quintanar
originados por Svintus, que
entre las dieciocho y veinte horas de invierno solía actuar, saltando
embozado tras las esquinas de las casas y dando gritos a troche
y moche, razón por la que muchos niños se hacían acompañar de otros o de una mascota agresiva
que sirviera para desalentar a aquel “asaltador de callejas”. Otro que se
presentó a los exámenes de la “escuela” fue
Diez Mateos, ya citado, y reconocido como el mozo más alto del pueblo,
ya desaparecido cuando cumplía los recientes sesenta años, reinando en los
cielos, su lugar natural. Al final,
ellos, a pesar de aguantar la estancia
de tres años académicos, serían
suspendidos en las practicas del cuarto curso, causando baja en el cuerpo de
Maestros Instructores de Juventud, dedicándose en alternativa vital a la enseñanza, venta de cerveza y
representante del tradicionalismo carlista en Cataluña, desempeño éste que
cumpliría con devoción y fidelidad el
bueno de Aniceto, alias Svintus
El
tiempo transcurrido en aquel centro docente fue denigrante por su imperiosa
disciplina y menosprecio, reiteradamente mostrados en el trato impartido por
parte de la mayoría de profesores e
inspectores, y nunca educadores, copia
de academias militares entrañadas
en el Régimen y otras , por reflejo de los centros creados en Alemania e Italia, generados en el nazismo y fascismo imperantes en esos
países, con la pretensión de formar a una nueva generación de jóvenes, abocados
a servir a las ideologías dominantes.
En
este orden la primera decepción que padecí
fue cuando el subdirector del citado centro, Pablo Gómez del Valle,
blandito y amanerado, explicó el programa de estudios, priorizando los
contenidos de Magisterio, frente a los
de profesor de Educación Física, sin que hubiera una disciplina de educador
juvenil o de animación sociocultural y por evidente, nada de formación del
espíritu nacional, aunque excesivos
iconos y referentes sumergidos pregonaban aquella condición, argumentando aquél
directivo que para tal fin se creó una
sección, sucedánea de la Escuela Normal de Magisterio, Pablo Montesinos, con
sede en Madrid, etiquetada con el
sobrenombre de “Blasco Vilatela”,
añadiendo, de seguido, que allí nadie pensara que iba a ser adiestrado para ser Gobernador Civil, Alcalde o
funcionario del Movimiento, y por demás, añadiría aquel personaje que el
equipamiento de uniforme individualizado
en la Escuela lo tenían que abonar en fechas inmediatas, ajuar y
vestimenta que iba de sobrado en las instrucciones y además insostenible para la mayoría de las familias por su deteriorada economía,
atreviéndose algunos alumnos a
importunar a aquel directivo con algunas sugerencia atrevida, entre otras, que
promociones anteriores no costearon esos gastos, por el contrario, fueron sufragados por el Régimen.
Esta
alocución y cambio de ruta evocada por este simplón, que aparte de subdirector era profesor de
Onomatopeya , ciencia de los signos que representan a palabras, fue una treta
no esperada por mí, hasta el punto de provocar desconcierto, motivo que me
impulsó a maldecir, en aquel momento, a aquella institución de formación de
mandos de juventud y todo lo que representaba, poniendo en un brete no haber
probado la carrera militar como hicieron los Chiflitos, hijos del pueblo,
números unos en las Academias de Infantería e Ingenieros que alcanzaron las
máximas graduaciones del ejército y otros más que se decidieron por
Medicina, Físicas, Filosofía y Letras,
Derecho, etc., triunfando los mismos en cada una de sus profesiones. A tal
punto llegó mi desesperanza que paso por
mi mente abandonar aquella Escuela, sintiéndome inseguro y abochornado y más
cuando iba de vuelta al pueblo de vacaciones
y contara aquella contrariedad a
mis padres , familia y amigos próximos. De ahí que en mis adentros sufriera y
resolviera en su día servir a un personaje, institución o idea que no se acabase, si la oportunidad o el
destino se hicieran presentes, entre aquellos
que representaran y ofrecieran
la mayor y mejor seguridad, al
menos la que había a finales de la
década de los cincuenta y como el Cid no
estaba dispuesto a servir a un señor que
se muriese ,el mundo de Juventudes,
frente a un Régimen , apoyado por los
Estados Unidos, tras visita a España de Eisenhower
, soportado por el Opus Dei, que sustituyó al Movimiento Nacional, que en
aquella época, parecía ser cosa de dioses y rayar en la eternidad más segura.
Mi
promoción era mi familia, constituida
por cincuenta y ocho jóvenes, divididos en dos secciones de “chándalas ”,
integradas una y otra por sesgos de edad. Consecuentemente el plan de estudios
se estableció en dos aulas, habilitadas en pupitres emparejados. Este diseño
por secciones me afectaría como al resto de los componentes de la promoción,
independientemente de la distribución de aulas y pupitres, así en todas las
formaciones que se hicieran al día, quince, disposición en dormitorios y
camastros, comedor, salón de actos, y un largo etcétera que no viene a cuento.
A
pesar de tres años de convivencia con compañeros y amigos de la segunda sección
mantuve positivas relaciones con Nicolás
Pascual Velázquez, natural de Vadocondes, Burgos, y con Julio Abad, natural de Soria, por emparejamiento en el pupitre, personaje con
el que viví una experiencia excepcional de supervivencia
en el bosque de Muniellos. Esos compañeros de la Academia y además amigos, fueron
mi familia en el transcurso de los tres años, siendo al mismo tiempo, por
abandono del sistema que imperaba en aquel centro, mis verdaderos padres ,
madres y hermanos.
El
plan de formación de la Escuela se sustentaba en tres pilares, primero,
excesiva disciplina mediando un
reglamento de conducta tanto a nivel interno, como externo, otorgando el equipo
directivo a cada alumno diez puntos por año, susceptibles de ser restados por
cualquier contingencia reseñada en el citado reglamento, circunstancia que
obligaba a mantener un talante limpio y ordenado en el aseo personal, espacios y objetos inmediatos
de uso, asistencia a formaciones y un largo etcétera, no reseñable por
vergüenza; segundo, presencia masiva de
profesores en asignaturas tan importantes como Geografía, Historia,
Matemáticas, Educación Física, etc., cubiertas y asistidas por militares, todos
ellos oficiales jefes del ejército y
triunfadores en la guerra civil, además, vinculados a la falange más radical,
entre ellos Manzanedo, Muñoz Grandes,
sobrino del General de la División Azul,
y Toledo, que por evidente impartían enseñanzas al dictado, ocupando la mayoría
del tiempo de clase a escuchar la cuenta de las lecciones que los alumnos
recitaban o callaban, en su caso, sacados de sus pupitres en grupos de a cinco, con el riesgo de ser
preguntado por un golfo cualquiera de Europa, ríos de España, teorema
matemático, monarca francés, etc., que conviniera y que si cualquier de ellos
se equivocaba, corría el riesgo de ser expulsado de la Escuela si suspendía por
más de tres asignaturas en cada
trimestre ,como así ocurrió , y en el marco de dieciocho disciplinas, que
incluían algunas tan extrañas como Caligrafía, Papiroflexia, Trabajos Manuales,
Aeromodelismo, Música y Onomatopeya, que los inútiles y con mal cante, como era
mi caso, siempre estaban en la línea roja, situados en el riesgo de ser expulsados; y tercero, aquella
formación estaba trazada y formulada en
el marco verticalista, en la perspectiva
de que el profesor/inspector era lo lleno que necesitaba de vaciarse en la
escupidera de la ignorancia/necedad de
los alumnos, y por demás, desconstructiva en la medida que no añadía nada para
fabricar una personalidad madura y
socializada; no cognitiva, sin capacidad de argumentar y afrontar un
pensamiento adverso que ayudara a la educación; y desafectiva, sin usar la
inteligencia emocional, por el maltrato y menosprecio habido, y además,
mantenida en el terreno de la exclusividad, porque era inadmisible cualquier
disidencia con los postulados de los iconos falangistas; y por añadidura, plan
de enseñanza que se programaba para desintegrar
la personalidad, cuarteándola.
Con
este esquema formativo afronté una de mis peores pesadillas, conociendo mis
limitaciones, tanto en el terreno de la preparación física, como en el discurso
del utillaje de mis manos, labradas para usar
la piedra, hacha y cualquier objeto relacionado con los pinos, a las que
se unía mi incapacidad conocida por otros y reconocida de antemano en el
colegio Juventus por tener “mal oído”
que lo inhabilitaba para superar cualquier nivel de pentagramas, corcheas y
fusas, y por más, el añadido que presentaba de ademán desaseado e
indisciplinado, circunstancias que pondrían en riesgo mi estancia en aquel
centro.
Uno
de las desastres referentes al plan de
formación que tuve que amoldarme
fue la manera de no suspender más tres asignaturas en cada uno
de los trimestres y así evitar la expulsión , especialmente caligrafía pautada
y gótica, asignatura que debía realizarse con plumillas de diversos tamaños y tinta negrísima, por el
enorme borrón que podía originar cualquier equivocación en el trazo que
salpicaría a la vista sobre el papel copia de la matriz que se presentara a
efectos de prácticas o de examen. Total,
una catástrofe, razón por la que acudí en busca de apoyo al bueno de Nicolás,
el de Vadocondes, para que las
cumplimentara, a cambio de pasarle solución de
algunos problemas en matemáticas o física, materias en las que yo
destacaba, aventajado por las muchas y buenas practicas aprendidas de Don Ernesto Sanz, director del Colegio
Juventus. Otra asignatura curricular con la que debía tener cuidado, por su
notable deficiencia e ineficacia mostrada en mis manos , era la de “Manualidades”, disciplina que
impartía, el que fuera mi maestro posteriormente , a nivel humano, Manuel Sainz
Pardo, mediando estrategias y otras artes de seducción, en las que yo era un
campeón, convenciéndole de pasar a una escala reducida el plano de la Escuela y
construir su maqueta en madera, desempeño que manifestaría complicado y que
duraría más del curso escolar, por las magnitudes y diseños multivariados a tener en cuenta. De igual modo ocurrió con
Aeromodelismo , en manos de Guisado,
alias el Chimbo, tal vez el más humano de los profesores, que consentía en sus
clases cantar a coro canciones de época, mientras se le pedían arcos de
sequeta para recortar los costillajes
del aparato, espacio curricular donde contaría con la ayuda sin igual del paciente compañero Espada Segura, que le ayudaría a la construcción del
morro, fuste y costillas del aeromodelo, sin posibilidad de volar, por falta de
tiempo.
Otra
de las ruinas a las que me enfrenté, por mi carácter desaseado e
indisciplinado, fue debida a la actitud
de afrontamiento con un superior, surgida como consecuencia de una desavenencia
deportiva ocurrida en la clase de Judo, en la que yo era un campeón, enfrentándome al Nano, un advenedizo en la
práctica de este arte marcial, por entonces Jefe de Servicios de la Escuela,
tumbándole sin miramientos a través de un surikomigohsi por la izquierda,
situado aquél en la peana, por debajo del Director de la Escuela, y por encima
de los Inspectores, en su mayoría ineficientes educadores, ocupados en mantener
orden, limpieza y disciplina en el centro docente y cumplimentar, por
tanto, lo que ordenaba el reglamento, donde se reseñaban todas las conductas
inadecuadas e improcedentes, señalando sus respectivas sanciones, que se traducían en la resta de puntos ,que si se
agotaban significaba la expulsión automática
de la Academia, amén de que el resultado promocional era el sumatorio de
la nota media de las asignaturas con lo que restara del coeficiente de
conducta. Consecuentemente sería sancionado por aquel individuo, el Nano, en el transcurso del tercer curso, primer
trimestre, por tres conductas no reseñadas en el Reglamento, la primera, por
romperse, ajena a la voluntad un vaso
depositado en la mesa cuando almorzaba junto a los de su escuadra de siempre;
la segunda, por dormir con chandal en enfermería cuando padecía fiebres,
durante la noche, superiores a los treinta y nueve grados, y por último, cuando
fue alumno jefe de día, condición que
ocurría por tres veces en el transcurso del tercer año por situar el pikut, que entretenía las horas
de ocio, a una velocidad diferente a la que era normal, con la salvedad de
que la primera y tercera conducta fueron atribuidas en calidad “de
imprudente destrucción y uso indebido de material académico”, sanciones que
significarían cada una de ellas pérdidas superiores a los tres puntos del
coeficiente de conducta, a los que habría que añadir carencias de derechos de
alumno, incapacitándole para asistir a sala de juegos, biblioteca, comer fuera
de la promoción, totalmente aislado y de espaldas, hablar con otros alumnos,
preguntar en clase o ser cuestionado en la misma, y estancias prolongadas en
dormitorio, sin acostarse, y otras más, indeseables y en los tiempos que
transcurren fácilmente atribuibles como acoso escolar, llegando a la tortura.
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