El capítulo en cuestión es parte de una obra que se titula "Semblanzas de un educador en el Palacio de la Zarzuela",y además recortado en algunos de sus párrafos, sin publicar a la espera de autorización del aparato de la Casa de S.M ,y con la intención de ayudar a aquellos que sufran ansiedad ante situaciones invasivas como resonancias de cualquier tipo o intervenciones delicadas , sólo con que me remitan el listado de sus diez sentimientos a lo largo de sus vidas que más le han reseñado y marcado como gratos.Mi correo es juliodeanton@gmail.com
CAPITULO XVI
El que fuera
Preceptor de SAR el Príncipe de Asturias
es diagnosticado de un cáncer cerebral de dos centímetros, ubicado en la
zona del habla, afectándole a la
motricidad inferior del lado derecho de su cuerpo.
Julio de Antón había gozado desde su más tierna infancia de
una salud inmejorable, librándose de cualquier intervención invasiva y de todo
tipo de inyecciones, incluso aquellas
tan marcadas como las de la mili,
utilizando una triquiñuela cuartelera
que ahora no viene a cuento, aunque
sentía percepciones sobresalidas
referentes a un órgano muy importante en las personas que como Antón trabajan y se preocupan más de lo debido,
superando con veces el estrés que se pueda soportar en niveles de normalidad. Escribimos del corazón.
En fechas inmediatas y posteriores a una cardioversión de la
arritmia cardiaca, que quedó zanjada y con excelentes pronósticos, Antón, sobre
las doce horas del día diez de Abril del dos mil once cuando escribía los
primeros capítulos de este libro, salió de su despacho a fin de saludar a su
mujer que se encontraba en la cocina, realizando tareas domésticas. Antón
intentó comunicarse con su esposa y no
pudo, iniciando un proceso convulsivo, con calambres por todo el cuerpo
e incapacitado para decir algo a su mujer, y en esa angustia esperó la muerte, parca que le perdonó la vida. Aquel momento fue el
más cruento que Antón podía contar y ahora escribir. Al poco tiempo ingresaba
Antón en urgencias del hospital Monte Príncipe, Madrid, y tras pruebas de tacs
y electros diagnosticar los neurólogos que le atendían sobre la probabilidad de
la existencia de un tumor cerebral localizado en la zona temporal izquierda, de
tres centímetros de tamaño, de carácter invasivo y que podría afectar a la zona
del habla y motricidad del lado contrario.
En el entretiempo del probable diagnóstico cancerígeno, la responsable del
nódulo de neurología del Hospital Monte Príncipe , la doctora
Ochoa , con rostro áspero y ademán adusto, se personó en la habitación 413
donde estaba ingresado Antón, refiriendo que el tumor sólo tenía solución
invasiva, y que a partir de ese momento se dispusiera para inmediata intervención
quirúrgica , tarea complicada que asignó
al Dr. Diamantopoulos, neurocirujano experto, que recientemente había
abandonado la titularidad de
neurocirugía de un hospital sonado en Madrid, incorporándose a la cadena de Hospitales universitario de
Madrid, en el que se integraba el Hospital Monte Príncipe.
Hasta aquí se evidenciaban dos cuestiones fundamentales, de
un lado la existencia de un cáncer y de otro, su inserción en una zona delicada del cerebro que podría
afectar, aparte del deterioro de la comunicación o ausencia de palabra y
motricidad en la parte derecha del cuerpo, a zonas epileptógenas, sin conocer el carácter invasivo y naturaleza del tumor,
razón por la que Antón iniciaría un proceso estresante que en nada ayudaba a
reparar sus convulsiones y problemas del habla, incomunicándole de los suyos, y
acabar impactado emocionalmente,
reaccionando con miedo, ansiedades y discursos depresivos, enfrentándose de
cara con la misma muerte.
Ante este cariz Antón resolvió adoptar una serie de decisiones,
priorizándolas, en principio ponerse en manos de Dios por lo que suplicó con
lágrimas el auxilio de su santo preferido, Fray Leopoldo de Alpendaire, que
otras veces le había echado una mano, seguido del aliento de su madre Aurora
que desde el cielo le decía que no se
importunara porque de ese trance salía y
tercero, puesto que los facultativos se dedicaban en los procesos de
diagnóstico a “reparar lo suyo”, sin la prestación de ayudas y apoyos
psicológicos, que podrían afectar de manera primaria o colateral al proceso y
tratamiento de la tumoración, se dispuso a poner remedios inmediatos,
sustentados en música de Silos y pasajes
documentados del Santo Padre Juan Pablo II, que padeció una larga enfermedad
confiado en el báculo de Cristo, que era el que le sostenía y ayudaba a
remediar sus sufrimientos, pidiendo Antón confesión, asistido en el hospital
por el sacerdote Paco, que calmó los avatares de su alma, que en confusión se
movía en un mar de tormentas. A la par, Antón , oía y veía en youtube como
legionarios sacaban su Cristo crucificado en las procesiones de Málaga, con
ocasión de Semana Santa, elevándolo en andas, bailándole de un lado a otro y
alzándole de arriba abajo con sus brazos erguidos y al son del himno de la
legión donde se reitera de “soy el novio de la muerte, mi más leal
compañera”, incidiendo esa frase hermosa en sus adentros, al punto de
producirle dolor, al mismo tiempo que le
ayudaban a reparar su miedo ante la presencia inmediata de la parca,
deseando abrazarla y que lo llevara a sus moradas.
En este cautiverio estaba Antón, cuando coincidió que días
antes, inmediatos a su intervención, la presidenta de la Comunidad de Madrid
anunciaba a los medios de comunicación, inaugurando una carretera, que padecía
un cáncer de mama, alarmando a la mayoría de madrileños, y a los pocos días de
ser intervenido, Antón conoció del fallecimiento de Severiano Ballesteros como
consecuencia de un cáncer cerebral, después de transcurrir tres años de ser
operado del mismo, que había recurrido e invadido su cerebro hasta alcanzar el
tamaño de una pelota, generando un duelo nacional, sobretodo en el mundo del
deporte, y por último, Hugo Chávez, Presidente de Venezuela, que reconoció
padecer un tumor de pelvis, motivo que le hizo desplazarse a Cuba para
remediarlo mediante quimioterapia. La solidaridad fue expresa de Antón respecto
de Hugo Chávez , y con todos los que
padecen cáncer, llegando a tener carácter de excepcional, amén de que en su
exposición a los medios elevó preces al
cielo, invocando a Dios y a la Virgen para que le auxiliaran en su enfermedad.
De igual modo y por extensión se sintió solidario con Amstrong que en 1996 fue
diagnosticado de un cáncer testicular con metástasis pulmonares y cerebrales,
Robert de Niro, que en 2003, lo fue de un cáncer de próstata, Sancho Gracia, ya
fallecido, prescrito de cáncer pulmonar
en el 2008, Serrat, en el 2004 de un cáncer en la vejiga , y Antonio Gala, por
citar a algunas personas relevantes y más cerca de sus compañeros Comisarios de
Policía, entre ellos Miguel Ángel Fernández Chico, ya fallecido, Director
General Adjunto de la Policía, Marrón con un cáncer de páncreas, ya curado, y
Silvestre, con cáncer de próstata, en tratamiento
Antón, atenazado por la enfermedad maldita y cruel, sinónimo
de muerte, ante la dureza que manifestaba la doctora Ochoa, pasó por ciertas
pruebas pero puso resistencia a una resonancia, tratamiento que consiste en
introducir en un tubo al paciente, ciñendo la cabeza a una máscara de plástico
y provisto de un sonador que cuelgan en una de las manos. La situación de
encerramiento produjo de inmediato en Antón
claustrofobia profunda que
impulsaría a apretar el sonador y alarmar al “ facultativo resonante” para que
aparcara la prueba a otro momento, retornando Antón a planta y al poco tiempo
de alojarse en la habitación, se personó aquella doctora con malos humos, recriminando la conducta,
contestándole Antón que no estaba dispuesto a pasar por la misma debido a la
angustia que le sobrecogía, advirtiéndole la citada neuróloga, que de aquella
habitación nunca le daría el alta, tras
la amenaza de la urgencia de pasar por
esa prueba y otras más a efectos de localización exacta del tumor, sus
irradiaciones y zonas que afectaba, a fin de que el neurocirujano actuara con
precisión en la intervención quirúrgica.
Antón cedió a las
recomendaciones de la doctora precisando si podría ser sedado o anestesiado en
la resonancia, medicación invasiva que
no era incompatible con aquélla, al mismo tiempo que hizo suya una decisión de
templario y artillero, armándose con sus mejores defensas , circunstancia que
le impulsaría a revisar las teorías de afanados psicólogos, entre ellos, Albert
Ellis, Aaron Beak y Ausebel, autores en Psicología de la teoría
racional-emotiva-cognitiva, que consiste, a grandes rasgos, en partir del supuesto de identificar doce pautas erróneas de pensamiento que
suelen darse entre personalidades patológicas, entre ellas: necesidad de ser
amado por todos, la consideración de que uno tiene que ser eficaz en todas las
materias y en todas las ocasiones, o la creencia de que la felicidad es algo eterno.
Según aquellos psicólogos esos pensamientos son irracionales, catastróficos y
tienen que ser modificados mediante el convencimiento irracional de esas
creencias. En esta línea de terapia cognitiva, aquellos psicólogos señalaron que los errores cognitivos más frecuentes
entre los individuos son las inferencias arbitrarias, la abstracción selectiva,
la sobregeneralización, y la magnificación o minimización, añadiendo que pensar
y sentir son dos procesos que se entrelazan y pueden hasta identificarse, por
tanto, hay que eliminar diálogos internos, irracionales, que conducen a
sentimientos negativos (miedo, tristezas, ira). En consecuencia aquellos
psicólogos proponen que reconocer una manera irracional de pensar produce
sentimientos negativos, constituyéndose en una primera fase de terapia. Y
añaden, luego si pienso bien y se siguen sentimientos buenos, buena conducta;
si pienso bien y se siguen sentimientos malos, mala conducta; si pienso mal y
se siguen sentimientos malos, conducta indeseable; y si pienso mal y se siguen
sentimientos buenos, sentimientos inexplicables.
Una fase de esta terapia racional/emotiva/cognitiva consiste
en detener los pensamientos negativos dirigiéndose a si mismo a través de la
palabra “basta” o concentrarse en un objeto delicado o vivencias felices,
enlazando con el axioma de que la cognición y afectividad están vinculadas en
las relaciones humanas, concluyendo que cuando se fractura el equilibrio de
pensar y sentir las emociones se enmascaran o sobresalen.
Por tanto, Antón quedo convencido de que pensar y sentir
eran procesos que tienden a identificarse y que no era cuestión banal preguntar
a los sentimientos por ciertos estímulos, personas o conductas singulares.
Consecuentemente, Antón resolvió cambiar sus
diálogos internos, procurando eliminar sentimientos negativos y/o
pensamientos de ese cariz, e interpretarlos
y no vivir con temores, ansiedades o angustias decidiendo por generar el
stop de
pensamientos negativos que podrían destruir su personalidad, y por
evidente su proceso de cura y tratamiento del tumor cerebral.
Antón convencido de que los
sentimientos se aprenden, y en consecuencia la probabilidad de que
pueden ser modificados por el
aprendizaje aceptaría los sentimientos como algo propios, sin
ocultarlos o negarlos, prestando una excepcional atención a sus reacciones corporales que provocaban los sentimientos que fueren y entender su
lenguaje, equilibrando su espontaneidad y controlar las emociones, vivir los
sentimientos con la intensidad que ellos exijan, no juzgarlos como lógico e ilógicos, admitiendo sin más su
desarrollo espontáneo, y nunca usar a los sentimientos como esgrima para
obligar a otros a comportarse según deseos propios. En consecuencia el primer
paso de Antón consistió en reconocer la manera irracional de pensar cuando por
ese procedimiento se producían sentimientos negativos.
Antón, tras lectura de la terapia descrita se pautó acorde
con la misma una serie de mensajes que los utilizaría como corazas frente a
cualquier resonancia funcional y de contraste, máscara, intervención invasiva o
cualquier procedimiento que le mortificara, incluso su presencia en quirófano,
mostrando actitudes positivas a los diferentes facultativos que allí le
atendieran. Entre los mensajes que pautó Antón y se entrenó, fueron los que
siguen:
1ª.-bucear en la playa de Calamocarro, Ceuta, intentando
cobrar un pulpo.
2º.-mojarse en la playa de Denia con los suyos
3º.-evocar cuando SS.MM. le designaron como Preceptor de Don
Felipe
4º.-revivir a su buen amigo Fernando Soto, por su bonhomía y
largas noches de
conversaciones mantenidas
sobre temas de juventud.
5º.-escuchar música de Silos
6º.-recordar que estaba
bien y que tenía una salud de hierro con un corazón sin
arritmia, con
poca frecuencia cardiaca. Bien de tensión.
7º.-que estaba en
gracia de Dios y que Fray Lepoldo de Alpandeire le protegía
con sus aves
marías
8º.-que aún debía ser
necesario a los suyos
9º.-que debía
respirar profundamente y no alterarse.
10º.-que su madre Aurora le
daba ánimos desde el cielo y
además era
consciente de
que muchos amigos rezaban
por él y no les podía fallar.
Estos mensajes fueron
las armaduras y espadas que instrumentó Antón
para resistir y atacar a las
innumerables pruebas que obligaba la
presencia de aquel tumor cerebral,
adoptando desde ese momento un espíritu templario, que sorprendió a la doctora
Ochoa y resto de facultativos que le atendieron, aunque el paciente informaría a los suyos que entre aquellos mensajes los prioritarios
fueron los referentes a la música
gregoriana, de Silos, que insistentemente se programó, luego su madre, seguido
por Fray Leopoldo de Alpandeire, santo
que en algunas de las pruebas Antón lo percibiría
en diferentes manifestaciones, entre ellas cuando en la UCI, surtido de
numerosas trompetas, y cascabeles en
número de nueve (léase vías arteriales ), a las que añadir una bolsa de drenaje
de sangre que revolicaba la sangre del cerebro a través de una incisión en la duramadre cerebral, se transformaba en una
pavorosa masa de algodón para adoptar la figura de un perro guía de raza Golden que se aproximaba y lamía sus heridas,
añadiendo aspectos placenteros y de hermosa cura, en el marco de las demás
setas humanas que acompañaban a Antón,
enfermos terminales que allí, en ese infierno, se dirimían entre la vida y la
muerte.
La intervención quirúrgica ,tras siete horas y media, fue un
éxito, pero por si acaso el
neurooncólogo de turno, recomendó
veintiocho sesiones de radioterapias que mediante disparos de fotones
intentarían eliminar a las células residuales cancerigenas no rebañadas en el
transcurso de la operación. Aquél mencionaría, sin darle importancia, algunos efectos secundarios de la
radioterapia, entre otros, mareos, fatiga, ausencia de apetito, pérdida del
pelo en la cabeza, rosamiento en la
duramadre, aunque Antón acudió a otras fuentes, informándose del peligro que
éstas contraían, entre otras, aparición de edemas en la cabeza, hinchazón del
cráneo y necrosis en células no cancerígenas, incluida la muerte pasado un
tiempo. En fin, en otro capítulo de este
libro, se contará cómo quedó Antón de su tumor cerebral.
Las sesiones de radioterapia fueron diarias, desplazándose
Antón en ambulancia junto a su mujer, moviéndose torpemente y doblado por tener problemas en las zonas
lumbares y riñones, no sé si debido a las radiaciones. La sala de oncología,
previa a las sesiones de radioterapia y quimioterapia, era de lo más deprimente
que uno se puede imaginar, aunque pasados los días y coincidiendo el mismo
turno en jornada de mañana se generó con el resto de personas que padecían
cánceres una positiva relación preguntando con la más absoluta indiscreción,
sin alarmarse el que fuera demandado sobre
el tipo de cáncer que tenía cada uno, cuestionando en su caso si era maligno o benigno, si tenía
metástasis, y si tenía remedio. Antón junto a
Leticia que padecía un linfoma ,con quien hizo una singular amistad
estuvo afectado por la presencia en aquella sala de una niña de tres años con
un cáncer cervical que tenía que ser anestesiada todos los días para ser
radiada por sentir claustrofobia con la máscara, durando el proceso de
radiación a lo largo de dos horas, y un personaje que tenía un punto
cancerígeno en la frente sin posibilidad de intervención y con metástasis por
todo el cuerpo y a pesar de ese problema, con la muerte a cuestas, comprobar
como daba aliento a los que allí estaban. De ahí la enorme solidaridad que
nació en esa sala de Oncología, ubicado en el hospital de San Chinarro.
En ese proceso el día dos de Mayo, a los pocos días de ser
intervenido el autor de estas semblanzas ,
se personó en la habitación 413 del hospital Monte Príncipe a fin de
animarle y darle su apoyo ,Don Felipe, e
informarle que el día anterior con ocasión de la santificación del Papa Juan
Pablo II había rezado por él, alusión que agradecería Antón. Eran las doce de
la mañana y día festivo en la Comunidad de Madrid, circunstancia que supongo
aprovechó su Alteza para visitar el complejo hospitalario, otros días imposible por la cantidad de gente que por
aquel Hospital discurre. Su visita se hizo en la más absoluta discreción
,aproximándose con su vehículo particular, sin escoltas visibles y ataviado
deportivamente ,oliendo bien , a Vetiver de Guerlain ,la misma que gastaba
Antón .El encuentro transcurrió en un mar de emociones , sin que Antón pudiera
hablar por dificultad de manejar sujeto,
verbo y complementos , trastabillándose las palabras ,aunque con
dificultad trasmitía a Don Felipe
agradecimientos ,hablando sin parar Don Felipe
, intuyendo la dificultad por la que pasaba Antón, incidiendo, que cuando se escabulló de Zarzuela estaba
preparando una fiesta de cumpleaños de su hija Leonor, inflando globos y
ubicarlos entramados por las paredes y
cordeles instalados en la habitación donde se iba a celebrar el evento. Al poco
de este encuentro en la habitación 413
Mari Carmen, esposa de Antón y sus dos hijas ,Betsabé y Sofía, tras un
espacio discreto y bien guardado de encuentro de dos profundos amigos, pasaron
a la habitación saludándose cariñosamente ,indicando SAR a Antón que con esa familia tenía necesariamente que
luchar por la vida y mantenerse en ese objetivo , con la ayuda de Dios y Fray
Leopoldo de Alpendaire, santo devoto que profesaba Don Felipe y que alguna
vez socorrió milagrosamente en algunos de sus exámenes .
Por demás Antón en un ataque de generosidad,
solidaridad y liberalización de cosas materiales
procedió y resolvió la donación
de mil cuatrocientos libros de su biblioteca al pueblo de Quintanar de
la Sierra, con ocasión de las fiestas de San Cristobal ,celebradas el diez de
Julio, y que la Sra Alcaldesa
,Monserrat, agradeció desde el balcón del Ayuntamiento comunicando a todos los serranos allí presentes ,en sus primeras palabras de salutación y
presentación de fiestas, el reconocimiento del pueblo y suyo, singularmente, a
tan insigne serrano por la entrega de
sus libros, que servirían para
acrecentar el acervo cultural del pueblo y aquellos colindantes de la Sierra de la Demanda. Y en esa línea de
desprendimiento Antón procedió a donar
la propiedad intelectual de tres libros
suyos, que tratan la Historia de la Policía Española, a la Fundación de Huérfanos del Cuerpo
Nacional de Policía, y el resto de sus libros publicados, catorce,
distribuirlos entre sus hijos.
En los intercambios con facultativos y entre pruebas, Antón
se ofreció al hospital Monte Príncipe, en calidad de voluntario para asistir
con su experiencia padecida para ayudar a cualquier paciente que sufriera
ansiedad o angustia frente a resonancias, máscaras o intervenciones
quirúrgicas, sugerencia que sería aceptada por el equipo de asistencia al
cliente del hospital, ademán que sería bien visto, tras el tiempo necesario de
recuperación , que iría para largo, añadiendo a esa experiencia sin igual su
condición de doctor en psicología