viernes, 13 de abril de 2012

CAP I MEMORIAS DE PEDRO EL CRUEL

Señala el lugar de nacimiento de Pedro I El Cruel y se describen rasgos del carácter de su padre Alfonso XI, destacando su espíritu esforzado, gusto por la cháchara y tertulia con amigos, con los que suele gozar en las comidas, disfrutando del pan blanco de Burgos CAPITULO I Yo soy Pedro, el primero de los Reyes de Castilla, que unos llamaron el Cruel y otros, el Justiciero. A través de crónicas reales, sé por sus tintas que nací en Burgos, en aposentos de una torre fortaleza, donde pasado tiempo mi madre, María de Portugal, sería recluida por orden de mi padre, el rey Alfonso XI, enzarzado en batallas con benimerines y almohades, moriscos ellos, por tiempos intermitentes de guerra, y en momentos de ocio, entrepernado con cierta Leonor de Guzmán, según decires del romance, la mujer más hermosa entre las hembras de las naciones cristianas. Aquellas crónicas por demás cuentan, con bastante fantasía por cierto, que un oficial del Rey me sustrajo de los pechos maternos para entregarme a comadronas de buenas carnes y mejores leches que me amamantaran, ellas, al servicio de un sujeto, Vasco de Gelmírez, de larga confianza en la Corte por servicios leales prestados, y conocido en su feudo por ejercer de continuo el derecho de pernada, perturbando de esta guisa, en fiestas de bodas, a la mujer que se cuestionase, en el transcurso de la primera noche, usando de cipote encabronado, moviendo con ello a que cuantiosos maridos, ya cornudos, acompañados de familiares y convidados se incendiaran con protestas a las hermandades de los pueblos y milicias de Consejos, siendo éstas reprimidas violentamente y algunos de sus vecinos alanceados por infanzones y caballeros armados que ponía a disposición de aquel individuo, su Señor, mi Señor, que lo era mi padre. Burgos era la villa de mi padre, recibiendo la ciudad y sus vecinos atenciones y regalías, considerada aquélla como la primera de las de Castilla y además de realengo, donde ningún señor podía hacer justicia o mandar tributos, fuera de la asamblea de vecinos o a través del merino o corregidor que designara el Rey. A mi padre le complacía sentir el viento frío del cierzo de la mañana y observar desde la torre del Alcázar como allá, por el norte, a través de la arcada de San Juan, entraban gentes por el camino de Santiago, atrayendo hombres de cualquier condición y paisanaje, entre ellos peregrinos de gascuña, britanos, navarros impíos, genoveses, aquitanos, teutones, y también comerciantes y feriantes que acercaban mercancías de lana y paños, ejecutados en tenerías de pueblos y otros reinos del camino. También admiraba la catedral, iniciada por un antepasado suyo y mío, el rey Alfonso VI, con planta románica, y luego levantada y reiniciada en el arte del gótico por un santo, elevado a los altares, por matar a muchos árabes, bisabuelo de mi padre, el Rey Fernando, encontrándose la obra en plena construcción, conducida por maestros arquitectos que se hacían acompañar de escultores y orfebres, rematando ya la clave del cimborrio donde canteros finos de Villalón se esmeraban en peraltar una cruz inmensa que pregonaba la fe cristiana de aquellos reinos. Mi padre y Señor, Alfonso XI, Rey de Castilla, Toledo, León, Galicia, Sevilla, Córdoba, Murcia y Jaén, era un hombre alto, de aspecto fornido, con andares sueltos y acostumbrados a saltar escalones de tres peldaños, así como seteras bajas cuando se desplazaba en montería tras las piezas con cuchillo de monte para rematarlas. Era él de carácter agradable, parlanchín, dicharachero, gozando de tertulias con caballeros que le acompañaran y también, con monteros, en las jornadas de caza. Su aspecto era majestuoso, poblando su barba en forma tupida y muy cerrada, rizando su cabellera, de color castaño, en las traseras del cuello, adornándose con ojos de oliva, grandes, sobresaltados, vehementes y penetrantes. Su boca era carnosa, con labios bien rellenos donde asomaban dientes muy cuadrados y equilibrados, favoreciendo la sonrisa y la carcajada, a las que daba buen gusto cuando chiste o risas se hacían presentes con ocasión de ocios, trovas, juegos, almuerzos, bacanales y otras situaciones placenteras, participadas algunas con bufones alquilados por sus oficiales y merinos en mercados y ferias en las villas de los reinos. Entre caballeros y comitiva era el más esforzado en las armas, así como en la jineta y en el arte de la cetrería, rivalizando de continuo en la lid de la pelea, cuerpo a cuerpo, esgrimiendo la espada de dos filos y empuñadura con pomo que equilibraba su trazo y trayectoria, y también en los juegos de torneos a caballo con lanzada, protegido de malla, peto y loriga, que ocurrían en las antesalas de celebración de ferias en ciudades de realengo, concurriendo a las mismas gentes de la nobleza, burgueses, gremialistas, pecheros, ricoshomes, putas de burdel, mendigos de solemnidad, hidalgos muertos de hambre, comadronas, comerciantes, judíos, mozárabes y otras personas de reinos extranjeros, entre ellos piamonteses, genoveses, florentinos, hombres de Languedoc, y vascos de Burdeos. La mucha versatilidad, amabilidad extrema, y risas de continuo, expresadas por mi padre, con ocasión de chanzas, y divertimentos eran buenas en si mismas pero malas compañeras a efectos de requerir favores o diligencias de beneficios a quienes interesara, entrando el Rey en largos silencios cuando aquellas peticiones eran requeridas, situación que hasta mí, Infante de Castilla, me desconsolaba, abriéndose un vacío en mis sentimientos que paralizaban cualquier solicitud que urgiera, ante el miedo que provocaban sus respuestas, manifestadas en formas rudas y modos extraños. El, por natural y aprendizaje prolongado, desde muy niño, era desconfiado, mostrando ceño encorvado y rictus en la cara cuando oía alguna desavenencia o impertinencia fuera del discurso que tratara, no interesándole aquello que no dominara o fuera centro de su atención, alejando con esta conducta a los vasallos más cercanos, que no encontraban manera de lograr pretensiones por su compañía o servicios prestados. Muchas veces sorprendí, oculto entre los pilares de la antesala de la Cámara Real, con ocasión de audiencias, como altos prelados del clero y nobles de alcurnia preparaban maneras y estrategias para vencer la voluntad del monarca en asuntos y litigios que allí concurriesen, saliendo de las mismas con aspavientos y pasos acelerados, ocultándose prestos de la Corte por un tiempo, por si el ceño del rey se hacía justicia, persiguiéndoles con falta de aprecio o desposeyéndoles de beneficios y relación vasallática. La desconfianza de mi padre, preñada como ya quedó dicho por aprendizaje, surgió desde su más temprana edad, recibiendo un reino inmenso cuando cumplía un año, declarado mayor de edad por las Cortes castellanas a los quince, y en ese interim vigilado, guiado, y conducido por su abuela, reina de Castilla, María de Molina; por su madre, Doña Constanza; y por dos Infantes, a los que se unirían tres tutores de diferentes condiciones personales e intereses, como era el caso de parientes cercanos y tíos suyos, Juan Manuel, Juan el Tuerto y Don Felipe, que entre otras atrocidades se opusieron a la Regencia de mi bisabuela, la mujer más cuerda del reino, levantando con esa actitud a la revuelta y a la guerra a muchos nobles castellanos. Esta desconfianza no estaba reñida con su liberalidad, dando y gastando con largueza, garantizando así adhesiones y fidelidades en la Iglesia y nobleza de linaje, eliminando complots y posibles alianzas. La liberalidad de mi padre consistía más en una estrategia que un sentimiento, por ejercer él de continuo la codicia, uno de los valores de la época, consagrado por todos, a excepción de los textos eclesiásticos, que definían aquél comportamiento como pecado grave, aunque los Ordinarios del clero acaparaban también tierras, castillos y tesoros, capturados en su caso, o entregados, mediando donaciones, para ingresar en las arcas de las Cruzadas, y en calidad de gracias especiales antes de morir, levantando Obispos y Abades conventos, monasterios, catedrales, y muchas iglesias en cualquier comunidad que se repoblara en los valles del Duero, Tajo y Riogrande. La liberalidad y largueza en los gastos de comidas y bacanales que frecuentemente realizaba mi padre, eran más un modo de expresar su poder y supremacía, frente a aquellos que decían ser sus iguales, al tiempo que imponía gestos de sumisión y obediencia a los comensales. Algunas de sus orgías de mesa, celebradas con inmensas cantidades de alimentos y diversidad de los mismos, regados con buenos caldos de vino, servían para significar encuentros de concordia y amistad, y también como agradecimiento por servicios prestados, aunque más de las veces eran utilizadas aquellas comilonas como mecanismo de engaño y atracción de cualquier díscolo para darle muerte cumplida por interés personal, por felonía o por razón de Estado.

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